lasius nocivus
 

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Dissabte, 24 d'abril

Un murrió per a Teresa

angryAra a Teresa Amat li sembla malament que Carles Miró posi el que ella en diu, despectivament, cromets. Un altre cop Teresa Amat està descontenta? Què tindrà Teresa Amat? És una apocalíptica de vocació o és rebel perquè el món l’ha fet així? La infelicitat contínua i permanent és sovint un posat, una mascara de la falsa intel·lectualitat: “critica i tots et respectaran”, pensen aquests pseudointel·lectuals. Es pregunta, com si estigués en una torre d’ivori –que només ella veu, és clar-, si serà l’única que es quedarà en la “pura i dura lletra”. És això el que desitja per tenir, finalment i per primera vegada, un bri d’originalitat en la blogosfera o és que no sap penjar imatges? I això de “pura i dura”? Quina puresa està cercant, la malcarada? La de l’infeliç solitari que només malparla i borda per tot.

 
Dijous, 22 d'abril

Grip primaveral

osSer un ós em solucionaria molts problemes. Hivernaria durant els mesos freds i em despertaria només despuntar la primavera prim i guapu. Sortiria del cau amb gana, fam de menjar, de beure i de femelles. Tot l'estiu el dedicaria a engreixar-me, fer óssets i conquerir territoris. I a l'octubre, amb les primeres neus de la tardor, buscaria una cova nova on dormir càlidament l'hivern.

Però no. He viscut cada instant i, puntualment, com sempre fa, ha arribat l'al·lèrgia traïdora. Un atopisme desaforat i intensíssim m'ha clapejat la pell de taques virolades. Això que no li passaria mai a un ós, em passa a mi.


 
Dilluns, 15 de març

Els vençuts

gavinaÉs un consol pensar que a Aznar se li haurà congelat el somriure de conill hipòcrita en veure els primers resultats definitius de les eleccions generals d’avui. És consolador que els cadells populars, davant la seu del PP del carrer Génova, cantin que els socialistes han guanyat per l’atemptat. Encara no se n’han adonat. Encara no saben que el fàstic que han provocat els seus progenitors no ve de l’atemptat, ni tan sols de la guerra sinó de la mentida miserable. La falsedat que van mantenir durant tres dies, encaparrats en la seva supèrbia pudenta, convençuts que podrien fer creure a tothom que els autors de la matança de l’11-M eren els etarres, quan tot apuntava cap a un altre lloc.

Als ciutadans no els emprenya tant que els terroristes siguin d’Al-Qaida com l’ocultació –conscient i horriblement predemocràtica- de la informació, l’ús més vomitiu del terrorisme que mai no s’ha fet en tot el període democràtic d’aquest estat. Als ciutadans els causa una por terrible que hagin estat inconscients fins al punt d’amagar a tots –als madrilenys, als barcelonins, als sevillans, als londinencs o als parisencs- que pesava sobre ells l’amenaça de la més poderosa i cruel organització terrorista del món. És íntimament satisfactori imaginar Aznar enfonsat pels seus propis pecats i tots els seus cadells bordant per la seva ignorància democràtica.

Sona La Muixeranga.

 
Dijous, 20 de febrer

La mas, ens ha fet arribar aquest article publicat a La Vanguardia d'ahir. Parla de la por. Ara no ho diem les formigues, que ho diu un expert...

Las fuentes del miedo


• Antes del ataque del 11-S, millones de norteamericanos ya eran víctimas de fobias, paradójicamente en un momento en que su país era muy seguro
• Proliferan las ventas de las llamadas “habitaciones de pánico”, refugios madriguera blindados, retratados en filmes como “Panic room”
• Andy Robinson es periodista, corresponsal de “La Vanguardia” en Nueva York


El incierto escenario mundial deriva en buena medida de una subjetividad potente, de un fenómeno que ha hecho eclosión en Estados Unidos tras el 11-S, aunque con raíces anteriores a la tragedia: la ansiedad patológica, el terror a todo lo que nos sea mínimamente extraño, aunque conviva con nosotros. Un obsesivo estado de alerta, un férreo enroque mental

ANDY ROBINSON - 19/02/2003
mes porLos canales de cable estadounidenses hicieron su agosto en febrero en su gran papel de portavoces de la cultura del miedo. Mientras la veterana presentadora de la CNN, Connie Chung, diseccionaba las preferencias sexuales de Michael Jackson, un icono naranja con las palabras “high alert” parpadeaba en la esquina de la pantalla reflejando la decisión de elevar el grado de la orwelliana “designación de condiciones amenazadoras”, el barómetro del peligro de un ataque terrorista. Joe Kernan, el broker reportero del canal bursátil CNBC, enlazó el miedo escénico en los mercados –en caída libre tras darse la alarma naranja– con su propia condición de padre: “Desde que tengo hijos mi vida entera ha sido marcada por el miedo”, confesó. Mientras, en una de las ruedas de prensa de la NASA, el jefe del programa “shuttle”, Ron Dittemore, conmocionado por la explosión del trasbordador Columbia, describió una comunidad que parecía el microcosmos de la insegura superpotencia: “En la NASA vivimos bajo la amenaza constante de que nos pase algún desastre”. Ya antes del 11-S y del código de color terrorista, Estados Unidos pasaba por lo que el sociólogo urbano Mike Davis, autor de “Dead cities” y “Ecology of fear”, califica como “años de ansiedad inexplicable”. Millones de ciudadanos eran presa de “miedos patológicos y fobias obsesivas ante las supuestas amenazas ocultas de helicópteros, negros, adolescentes psicópatas, preescolares satánicos, asteroides, enfermos de la rabia de la carretera, carteles de cocaína colombianos, virus informáticos…”, todos mediatizados por los cables del “breaking news”, la noticia que irrumpe. Otros miedos –al Ébola o a la llegada inminente de la abeja asesina de África– parecían la proyección de una angustia aún más profunda en el país de la esclavitud, tal y como advirtió el cineasta Michael Moore en su película sobre la cultura del miedo “Bowling in Columbine”.

Hollywood se apuntó a la “Halloween party” no solamente con películas de paranoia futurista como “Armageddon” o “Independence day” –reviviendo las metáforas de la ciencia ficción de la posguerra y del macarthismo– sino con obras más sutiles de miedos ocultos como “Atracción fatal” o “Traffic”. En las universidades, los llamados “estudios sobre el miedo” –la “sociophobics”, según se conoce la nueva disciplina– , se convirtieron en “la especialización más solicitada de las facultades de Sociología” –dice Davis– y “decenas de intelectuales gastaban tinta en estudios sobre la sociedad del riesgo, la plaga de la paranoia o la amígdala, el centro de la ‘rueda de miedo en el cerebro’”.

Lo más extraño del miedo endémico que se transmitía y se contagia por pantallas pequeñas y grandes en los noventa era que EE.UU., “en realidad, se había vuelto bastante más seguro”, según dijo en una entrevista Barry Glassner, especialista en “sociophobics” de la Universidad de California, cuyo libro “The culture of fear” (La cultura del miedo) es un best-seller de “Los Angeles Times”. Las tasas de delincuencia violenta y asesinatos se desplomaron en las grandes ciudades entre 1990 y 2000. El crack y la heroína –las plagas de los ochenta– dejaron de ser drogas de uso masivo. Hasta se había avanzado a pasos agigantados en la lucha contra enfermedades como el sida y el cáncer, fuentes de miedos incontables. Pero a finales de la década dos tercios de la población aún creían que el problema la delincuencia se agravaba y el 90% pensaba que la crisis de la droga “estaba fuera de control”. “Nos dieron un final feliz y nosotros escribimos una historia de desastre”, afirmó Glassner.

Luego, en septiembre del 2001, tras un verano de reportajes terroríficos sobre los tiburones asesinos en Florida, el desastre llegó de verdad. Los atentados del 11-S llegaron a las pantallas estadounidenses como “cine épico de terror con un cuidado meticuloso en la puesta en escena”, ironiza Davis en “Dead cities”. El resultado –continúa– recuerda la sensación de confusión que sufren “los hipocondriacos cuando se contagian de la enfermedad que más temían”. Inmediatamente después de los atentados, sostiene Glassner, hubo alguna consecuencia positiva: “Desaparecieron de los medios las amenazas falsas , los miedos fabricados, en una nueva narrativa de unidad nacional”, dice. Pero, en realidad, la nación se unió en su miedo colectivo disfrazado con un “barras y estrellas” colgado del balcón y agudizado por las constantes advertencias desde la Casa Blanca y los cientos de cabezas parlantes televisivas sobre la amenaza de ataques con armas químicas o biológicas. Ahora –dice Glassner– “hay un exagerado sentido de riesgo individual (…); incluso si se producen más atentados terroristas en EE.UU. el riesgo estadístico de ser víctima es mínimo”. Paradójicamente –añade– “cuando la gente tiene miedo y opta por conducir en vez de viajar en avión o aislarse en su vivienda o comprar una pistola, corre más peligro de que le pase algo más prosaico”.

La cultura del miedo tiene sus “beneficiarios”, coinciden los expertos en “sociophobics”. La psicosis que se extendió en torno a la droga y la violencia en los noventa alimentó la revolución conservadora de Newt Gingrich y legitimó la normalización de la pena de muerte y la encarcelación de decenas de miles de jóvenes afroamericanos, dice Glassner. Ahora, es el “factor miedo” lo que garantiza el apoyo mayoritario a la Administración en su apuesta por bombardear Iraq, según sostiene Noam Chomsky, de la Universidad de Harvard. Si no existiera el miedo “en Estados Unidos, el apoyo a la guerra sería más o menos igual que en otros países”, dijo Chomsky en un discurso en Porto Alegre.

Asimismo, crece la llamada “economía del miedo” –según el calificativo de la revista “Fortune”– nutrida por el enorme presupuesto del nuevo Departamento de Seguridad Nacional, que empieza a contratar a miles de empresas proveedoras, desde firmas de Silicon Valley especializadas en ciberseguridad hasta los “clusters” de biotecnología en Los Ángeles que fabrican defensas para las guerras de microbios. En un ámbito más amplio, un estado de “ansiedad permanente” puede ser muy bueno para el negocio, asegura Clotaire Rapaille, el psicólogo francés que asesoró a General Motors cuando este gigante desarrolló una gama cada vez más agresiva de todoterrenos, entre ellos el tanque adaptado Hummer, “Primero tomas Prozac, luego tomas McDonald's”, dice. “El miedo vende de todo –coincide Glassner–, desde urbanizaciones vigiladas y servicios de policía privada hasta jabones antimicrobio o anuncios en la CNN”. Desde el 11-S han subido sensiblemente las ventas de las llamadas “habitaciones de pánico”, refugios madriguera blindados que dieron materia para el filme “Panic room” con Jodie Foster, quizás la primera película del nuevo género de cine post-11-S. O, como dice en “Bowling in Columbine” el cantante de rock gótico Marilyn Manson, víctima de la cultura de miedo de los noventa al ser acusado por la derecha cristiana de ser responsable de la imaginaria ola de violencia en los colegios: “Se trata de una campaña de miedo y consumo (…); si mantienes a la gente con miedo consumirá más”.



 
Dilluns, 25 de novembre

La metàfora de la por


porLa societat de masses, amb la globalització selectiva de la informació, va permetre que els esdeveniments luctuosos que diàriament succeeixen arreu del món entressin a casa nostra per mitjà de la televisió, la ràdio o la premsa. Els diaris van inventar la secció de successos per encabir les notícies sobre la delinqüència, organitzada o no, la violència psicòpata o els accidents amb sang i fetge. Més endavant, però, la premsa seriosa es va adonar que aquest era un criteri purament morbós i va reconduir aquestes informacions cap a una secció de Societat molt més àmplia. Malgrat això, les notícies d’aquesta mena continuen apareixent descontextualitzades. Els principis que basteixen el periodisme del segle XXI són hereus de les cròniques del segle XIX i XX i els mitjans no s’han pogut treure del damunt l’afecció per la sang.

Això ha extès la falsa percepció que vivim en una societat violenta on cada dia hi ha assassinats, robatoris i violacions quan, si comparem les xifres reals d’assassinats, robatoris i violacions amb les del segle XIX i anteriors, és evident que vivim, aquí i ara, el moment més pacífic de la nostra història. No cal dir que els franquistes diran que durant la dictadura hi havia menys delictes. Estaran dient una mentida (també us diran que no són franquistes ni anomenaran dictadura a la dictadura). Els règims feixistes controlen de manera fèrria la informació i la dosifiquen contra els seus enemics interns. La democràcia, amb tots els seus dèficits, és sempre més transparent i els mitjans, també cal dir-ho, exerceixen pressió per garantir aquest transvasament d’informació a la ciutadania. Tot i això, molts ciutadans continuen tenint una por irracional a la foscor de la nit, a la solitud dels carrers, a la marabunta del metro, al veí silenciós o a l’estranger diferent. La por, disfressada de prudència, els garratiba i els coarta la llibertat.

Lasius i Neglectus volem reivindicar la llibertat i denigrar la por. Que la prudència no ens faci covards.

por Només aquesta por pot justificar que un visitant d’aquest formiguer, per desgràcia víctima d’un hacker, hagi llegit la nostra presentació –“Formigues amb consciència de classe”- com una amenaça real i no com una metàfora. Només des d’una visió policial i covarda d’aquesta societat i d’internet es pot veure cada pàgina web com una amenaça i cada internauta com un sospitós que hagi de demostrar la seva innocència. Lasius i Neglectus us convidem a sortir a la nit, fer un passeig per un carrer solitari, saludar el veí callat i xerrar amb l’ocupant que preferiu del vostre vagó de metro. I, si voleu, ens conteu la vostra experiència sense por.

L’arribada d’internet ha obert noves formes de delinqüència i assetjament. És cert. Però també una magnífica oportunitat per informar, opinar i comunicar-se.

COMUNICAR-SE!


 
Dimarts, 8 d'octubre

Espai reservat a la formiga Lasius Nocivus i encara en construcció. De fet, l'ha de construir en Nocivus, i des de L&N no sabem si trigarà molt o poc. De moment, li donem l'alternativa per si ho vol provar i guardar en aquest raconet de web les llavors pel cru hivern. Us avisarem per la pàgina principal tan aviat com comenci la feina.